La oí maldecir. Liliana Herrero presentando “maldigo” en el ND Teatro, canta al borde del canto, como si maldecir también fuera cantar a contrapelo; porque ella en el canto está tan cerca de lo que quiere decir como del canto mismo. Me gusta ese compromiso, sin gratuidad de las canciones, ella elije espesor en el repertorio. Ninguna cuota de entretenimiento, nada de divertimento jazzístico, ni postura folclórica ni rockera. Pura musicalidad en la poética del decir, del cantar. Una música que tiene factura, como se dice en pintura. Nada ilusorio, no imita, baguala, zamba, el mar, el fragmento, la arena. Inquieta. Suave y áspera. Se introduce.
Se me ocurre una metapoesía, para tomar prestado del metalenguaje, porque la sensibilidad cantoral de Liliana hace olas. Porque ella hace del canto algo, pero también de la poesía misma, juega, maldice, sin dejar de respetar una originalidad, es decir, de donde toma eso que hay que decir, cómo y cuánto hay que decirlo. Por eso en Liliana Herrero cantar y decir están como en juego, se raspan, hacen espuma, van por esa cornisa inexplicable de la música, es más: poetiza la música en el sentido en que las palabras pueden tomar asiento, balbucear, callarse sin jamás dejar de decir y siempre al lado de la musicalidad y no al lado del relato. Como el poeta, como un lector, cuando lee para sí mismo, se interioriza el canto de uno, uno es con el canto y lo cantado una sola cosa. Para mí es como mirar un árbol y respirar por las ramas de él, por el viento de él, flores de ella, poesía pura.
Ramiro Sacco