Sobre “Cada punto es una selva” de Ernesto Ballesteros en Ruth Benzacar. 2021.
«Yo quiero hacerle ver allí dentro un nuevo abismo. Yo quiero pintarle, no solamente el universo visible, sino la inmensidad que se puede concebir de la naturaleza en el recinto de esta abreviación de átomo.»
Pascal, Pensamientos.
Si cada punto es una selva, cada selva es un punto desde lo alto. Porque Ballesteros nunca dejó de sincronizar sus acciones con la mirada cósmica. Si cada punto es una selva, es porque el bosque se estructura como un lenguaje. No dudamos que el punto es una obsesión en Ballesteros. Es el punto que forma la línea, el punto molecular, matemático, dibujístico, espacial, conceptual, pictórico.
En estas pinturas, otra vez Ballesteros inscribe una paradoja. La del punto en pintura, pero la del soporte rectangular, la del montaje cúbico, en la esfera del mundo. Entonces no es el punto la desmesura. Acaso es su acción. Su repetición. El punto funciona como dispositivo ante la diferencia y la repetición. En el registro histórico de sus obras siempre es la acción ante los procesos técnicos. Es el cuerpo de Ballesteros, danzante, teatral y silencioso, quien pone los puntos de forma performática, mas no pictórica. Aún en el aislamiento todo dialoga. Como dialoga en la infoesfera con los puntos de Damien Hirst más que con Seurat y con la historia. Más con la microfísica que con el orden geométrico. Más con el punto decimal y con los infinitos de Pascal que con lo abstracto. Veremos hasta qué punto la materialidad de un signo produce subjetividad.
Se puede conjeturar que un conjunto de pinturas en Ernesto Ballesteros es una situación específica. En el sentido de “sitio específico”. Su obra vuelve a la paradoja una y otra vez. Tiene la facilidad, y la alegría, de situar el interrogante cósmico que es su cuerpo performático, ante el despliegue de situaciones que son los dispositivos y las técnicas en su práctica artística. Perdón la retórica desencadenada. Quiero decir que la poética de sus prácticas devienen acciones de sitio específico sobre los soportes.
Los que anunciaron o se esmeraron en vislulmbrar un orden geométrico estarán perdidos. Pero se encontrarán ante la pregunta del millón y que Pascal lo relaciona también con una esfera: ¿Qué es el hombre en el naturaleza? Pascal está triste. Sin dios. Somos ese punto entre el infinito de la nada y el devenir posible. Somos y punto, acaso sea demasiado. Sin embargo, cito a Quignard: “la lucidez es la alegría.”
Una selva de puntos es sólo uno de posibles abanicos semánticos. Pero el punto en sí es uno de posibles infinitos, de infinitas repeticiones. Acotadas por el hombre Ballesteros, acortadas o interrumpidas por el orden histórico de su cuerpo. Interrumpidas por la dimensión antropológica y cosmológica del artista. En esto somos todos spinozistas. Como cuerpos trazados, afectados, modificados-modificantes, generando desde causas inmateriales (punto en sí) efectos materiales, inmanentes.
En estas obras reconozco una coherencia. Y es que Ernesto Ballesteros no claudica ante la resistencia y el deseo. Si hay algo en el mundo, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna (Pascal dix), es ese rincón de intensidad montado la sala 1 de la galería Ruth Benzacar, en Buenos Aires, estos días de confinamiento del 2021. (¿Es el virus un punto?).
Lo interesante es pensar cómo una poética de la repetición nos señala que el punto nunca es nada por sí solo. Como tampoco somos nadas ni nadies por sí mismos. Somos socius, punto por punto juntándonos en la selva del lenguaje, saludándonos en medio del flujo de esta esfera silenciosa y nunca interrumpida. Nos toca participar de ese encuentro de átomos, en el que somos ese instante que nos traza. Selva o poema en la que de hecho estamos.
Ramiro Sacco, 2021