“Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aquí para leer. […] Límites de lo diáfano.”
James Joyce. Ulises, Cap 3.
Existe en pintura la irrevocable modalidad de lo visible, y no por las formas de lo que se oculta -lo invisible- sino, como en Joyce, pensado a través de los ojos. La ambivalencia de la homofonía “ver de” y “verde” tiene que ver con la congruencia cognitiva de una propuesta pictórica de intemperie con la que Adrián Paiva da lugar a lo visible. Pintar de afuera hacia adentro, del ramaje al ojo, de los árboles a la mente y viceversa. Dialéctica de intemperie, diría. ¿Dialogan o se miran el árbol y el pintor?
Adrián Paiva se para frente a lo que ve, pero al borde del paisaje. Vive el paisaje porque lo habita, pero lo que tiene lugar en la pintura es algo más que intemperie. Deleuze hace una referencia a algo intrínseco: pintar las fuerzas. Y en Paiva todo está sometido a lo visible de esas fuerzas.
La trama de la pintura es doble. De afuera hacia adentro, pero también de atrás hacia adelante. Paiva se mete con las fuerzas que evocan la intemperie: la fuerza del crecimiento y del espacio, la fuerza natural de una enredadera, de la quietud y del tiempo. Pintar las fuerzas. Sin embargo en la pintura siempre sale a flote lo que es visto y lo que es pensado.
En esta dialéctica de intemperie entre sujeto y objeto, entre ver y pensar, en esta ineluctable modalidad de lo visible y lo poético, encuentra Adrián Paiva su forma mental de ver, que es habitar el humedal de la pintura.
Ramiro Sacco, 2015