En el aire se desplaza esta suerte de caligrafía pictórica; surca un espacio propio en el cual la tela sólo es pretexto; cuando se apoya en ella emerge la superficie como contenedora de lo material y lo etéreo, si la ignora es la hipóstasis de los sonidos soterrados. Dos ejemplos:
En “Silencio a veces”, Ramiro Sacco crea un espacio propio (sin apoyatura visible), lo hace emerger (no desde o en la tela) sino flotando sobre ella, a partir de la raíz de su escritura, y digo raíz y no impronta, porque es escritura de aire y en el aire, no generadora de atmósfera ni de superficie, sino de transparencias suspendidas, (transparencias, es decir: el silencio en y del color, donde deja en suspenso su sonoridad lumínica, para que ésta resalte más sensible y propia, en el instante conformado). ¿Acaso no es “Silencio a veces” una pura levitación del sonido y de la imagen, el límite exacto en que a punto de aparecer, ambos se retienen?
¿Qué son, por muestra, esas líneas grises que no buscan delinear figuras, no indican direcciones, no son límites, ni parecen necesitar justificación alguna, sino la materia con la cual el artista formula lo que dice, no diciendo. Refieren a lo trémulo, a los roces, a lo que sentido e inexplicado deambula en la obra como evasiones y fugas. Conspiraciones poéticas que se hacen visibles por ocultamiento. No son menos elusivas esas materialidades de los roces del pincel, que en un juego gozoso de valores, dan marco majestuoso a la brizna cromática que, en la parte superior del cuadro y levemente corrida del centro, parece sorprenderse de su misma presencia.
Obra opuesta a “De lo inefable: Homenaje a Wittgenstein”, donde Sacco rescata a la superficie, es decir la valoriza y la configura como espacio receptor; es una imagen sólida y en cierto sentido imperativa, una horizontalidad fáctica. Casi tachadura visual. La tela aparece así dividida por una sutura caligráfica, o como una hendidura que la prudencia clausuró precipitadamente; remite a un silencio ominoso, en tanto que las puntas agresivas de esa línea erizada y parcialmente cubierta por un blanco en retroceso (en retroceso porque su luminosidad está deliberadamente acotada), soporta una mácula negra (pájaro virtual, a punto de caer sobre la divisoria, límite de amenazante agresividad, lugar de sacrificio o ¿por qué no? de revelación).
En esta obra la escritura incardinada, aparece y se desliza orgánica y rítmicamente sobre la línea que es a la vez forma y contenido. Curvándose sobre si misma o enlazando con sus extremos agudos lo que se sucede linealmente, tachando a veces horizontal o cruzado u oblicuo, para marcar con rigor el arriba y el abajo de la tela, lo positivo y lo negativo, el suceso y la nada, la presencia y la ausencia.
Estas escrituras plásticas, friccionando entre la ingravidez y la materialidad, pueden devenir en cuasi organismos suspendidos (“Poema 1”), prontos a desplazarse en direcciones arbitrarias y contradictorias, portadores de una negritud que convoca tanto lo abisal, como el soporte dramático de toda aproximación a lo primigenio. Alteran la superficie, sobre la cual flotan, se posan o se derraman, como extraños pájaros acuosos extintos, vueltos a la vida por un instante mágico.
Ramiro Sacco tiene la rara cualidad de que lo material y lo inmaterial, se convoquen mutuamente, en una suerte de relación inevitable e indestructible. Excede lo visual en busca de lo no representable, eso requiere sustituir la mirada como registro, por la mirada como conciencia estética. Una propuesta que nos lleva a valorar no sólo la poética, sino, fundamentalmente, la sutil poesía de sus obras.
Horacio Safons
San Fernando, mayo de 2007